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Hola amig@s. Muchos de vosotros pensáis que la vida de un veterinario es muy bonita, casi bucólica, sin embargo no siempre es así. Nos veis realizando una labor que para nosotros es maravillosa, cuidando de animales que llegan con problemas o procurando que siempre estén sanos y contentos, pero también tenemos que hacer frente a situaciones muy tristes y verdaderamente difíciles.

Ya sabéis que la sección HISTORIAS DE NUESTRA CLÍNICA se creó sobre todo con el fin de relatar el día a día en una clínica veterinaria como la nuestra, muchas veces con idea de ser útil a todos vosotros dando consejos aprovechando los casos que nos van llegando, otras veces tratando de saciar vuestra curiosidad en lo que respecta a nuestra profesión, pero no todo en la vida de un veterinario es de color de rosa. Sin embargo, y en contra de lo que cualquier norma de marketing recomendaría, vamos a ser valientes y vamos a aprovechar este blog para tratar un tema tabú para las profesiones médicas. Vamos a contaros lo que un veterinario siente cuando llegan esos momentos difíciles, esos días que desearías que nunca llegaran.

compañerismoEstá claro que en todos los trabajos hay días buenos y días malos. Para nosotros quizás uno de los peores días es aquel en el que tenemos que decir adiós a uno de nuestros amigos. Somos profesionales, e incluso en estos casos deberíamos estar preparados para afrontarlos, sin embargo no siempre estos pasajes vienen en condiciones fáciles de asumir. La muerte nunca es bien recibida, es nuestra gran enemiga, pero en ocasiones nos gana la batalla, y se presenta en forma de un trágico accidente sin opciones de lucha, otras veces en forma de una muerte natural fruto de la tan mencionada “ley de vida”,  también y paradógicamente hay veces en las que nos ponemos del lado de la muerte y llegamos a un acuerdo con ella para poder entregarla una vida de la forma más digna y humana que la farmacología nos permite. La muerte forma parte de la vida, ya sea de manera natural, violenta, o tras una enfermedad más o menos dura y más o menos fácil de asumir.

Tras ese trance, en el gesto de esos dueños abatidos, apenados e incluso rotos de dolor, quedan marcados recuerdos, la mayoría agradables, entrañables, se dejan atrás sentimientos de compañerismo, vivencias, confidencias, amistad, momentos de risas, otras veces de sufrimiento, pero también de satisfacción y agradecimiento por una vida compartida. Es el momento de poner en práctica esa faceta humana para la que nadie nos ha preparado, quizás porque alguien un día decidió que entraba dentro del cupo que implica ser veterinario, y que debíamos aplicar cual obligados pseudo-sicólogos, sin tener en cuenta que no hay ninguna asignatura, ningún guión, ningún curso de formación que nos prepare con garantías para afrontar lo que para nosotros también es un verdadero drama. Porque, ¿alguno de los que estáis ahora leyendo estas palabras os habéis parado a pensar que todo eso por lo que pasa un dueño cuando su mascota fallece, también podría ser aplicado al veterinario que está ahí enfrente, teniendo que hacerse cargo además de su paciente ya sin vida, y de compartir como suyo, el dolor de las personas que lo rodeaban? ¿Alguien se ha parado a pensar en los sentimientos que en ese momento inundan a la persona que hasta el último momento se ha hecho cargo de la salud de ese perro o ese gato? El dolor es algo que difícilmente se puede medir, no se puede comparar, no se debe comparar. Para esa persona, su animal muerto era su mascota y él era su dueño, y el dolor que padece difícilmente podremos curar, pero para nosotros se trataba de nuestro paciente y nosotros éramos su veterinario, responsables de su salud, de su vida, y verle sin vida también duele.

Hay una forma muy especial y auténticamente dura en la que la muerte se puede presentar, y es cuando viene acompañada por la incomprensión, la crueldad, la injusticia e incluso la venganza, fruto de la ignorancia, del afán por la búsqueda de culpables, de la falta de sinceridad y de la hipocresía. Y es que, amigos, los perros y los gatos son seres vivos como nosotros, a los que no se les puede aplicar las leyes procedentes de unnamedla Matemática, la Estadística o la Lógica. A nadie se le escapa que la Veterinaria, igual que la Medicina humana, NO ES UNA CIENCIA EXACTA, y por lo tanto la salud de un ser vivo nunca estará regulada por las reglas que nosotros estemos empeñados en aplicar, si no por aquellas que el destino quiera imponer, de tal manera que lo que una persona, llámese veterinario o médico, o un medicamento o una técnica quirúrgica quiera lograr, no lo va a conseguir porque lo imponga ella, si no por factores que muchas veces escapan a sus sanos objetivos.

Según los sicólogos, cuando un ser querido muere, las personas que sufren su duelo pasan por cinco etapas:

1º NEGACION

2º IRA

3º NEGOCIACION

4º DEPRESION

5º ACEPTACION

veterinanriasuicidada

Chian, la veterinaria taiwanesa que se suicidó por la presión emocional que sufría a diario

Pues bien, esta misma norma podría ser aplicable a los veterinarios, y en cierto modo nuestro duelo pasa por las mismas fases, aunque con alguna diferencia debido al cambio de perspectiva. Pero es en la segunda fase, la de IRA, en la que se produce la gran diferencia. En el caso del dueño de la mascota, si reacciona aferrándose a la ira, normalmente ésta, le arrastrará a la búsqueda de un culpable, alguien a quien acusar de la tragedia que le ha llevado a esa situación, sin tener en cuenta el daño, la injusticia y el incremento de dolor que esta actitud pueda generar a su alrededor, aunque para ello tenga que hacer uso de la crueldad con los que le rodean. Como os podréis imaginar, si hablamos de los perros y los gatos, el objetivo más fácil de esa culpabilidad será el veterinario que ha atendido a su animal, y por proximidad, en línea con una actitud cruel, toda aquella persona vinculada a la clínica donde trabaja el veterinario.

Y mientras, en el veterinario, ¿qué? Pues mientras el dueño sigue maquinando y repartiendo dolor por doquier, en el veterinario, lejos de aflorar la ira, como mucho y en todo caso rabia por no haber podido salvar una vida, esta fase se convierte en una búsqueda de explicaciones, de dudas, y así, como punzadas continuas e insistentes surgen preguntas como ¿Hay algo que se me haya podido escapar? ¿Podía o debería haber hecho algo más? ¿y si…? Así un día y otro y otro, hasta que con ayuda de personas comprensivas, apoyadas en conocimientos técnicos o no, llegamos a la fase de aceptación, en la que asumimos que la Medicina también tiene sus limitaciones, como el ser humano, y que de vez en cuando nos castiga con tragedias difíciles de aceptar, pero el poso queda ahí, como los recuerdos de la mascota en su dueño, a nosotros nos queda el caso de ese paciente, que irremediablemente vuelve a nuestra cabeza cada vez que tenemos otro perro o gato con síntomas semejantes, para recordarnos que debemos estar alertas y luchar con las armas que nos da la experiencia y los conocimientos adquiridos en interminables horas de estudio, congresos, cursos, seminarios, y un largo etcétera.

veterinarioperro

Imagen que se hizo viral de un veterinario consolando a su paciente tras una cirugía

En este país, tenemos la fea costumbre, y hay que decirlo así, de saber todos de todo, y nos permitimos la licencia de emitir juicios sin tener ni la capacidad, ni los conocimientos ni la información suficiente como para poder establecerlos, y así no es extraño, cuando una persona o un animal muere en circunstancias inexplicables, oír comentarios del tipo, “le dieron una medicación equivocada”, “se pasaron con la anestesia”, o la más cruel de todas, “me lo han matado”. Ojalá este artículo sirva para que la gente se lo piense mucho más antes de volver a hacer un comentario de este tipo.

Cuando entráis en una clínica, confiáis en encontraros el habitual recibimiento alegre, al fin y al cabo eso es lo que transmite todo lo que rodea a una mascota y lo que genera a su alrededor. Sin embargo un día, al entrar, os podréis encontrar un ambiente diferente al habitual, enrarecido, tenso, con caras tristes, incluso alguna persona con los ojos congestionados o llorando. Con toda seguridad será uno de esos días que os estamos contando, pero recordad que detrás de ese dueño abatido habrá un veterinario sufriendo no solo por la pérdida de un paciente, si no también por compartir el dolor del dueño que ha perdido a su mascota. Pero los que acabáis de entrar y sois testigos de esa escena no tenéis por qué sufrirlo, de eso también somos conscientes, y por ello, frivolidades aparte, como dice la gente del mundo del arte, tratamos de hacer valido ese dicho de…“el show debe continuar”.

Nos gustaría dedicar estas palabras a todos esos pacientes que nos dejaron pese a luchar hasta donde los conocimientos, los medios, la Medicina o las circunstancias nos han permitido, pero nos vais a permitir que esta HISTORIA DE NUESTRA CLÍNICA se la dediquemos a todos aquellos compañeros del mundo de la Medicina que se sienten identificados con lo que aquí os hemos contado.

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